¿Fuera de la iglesia no hay salvación?

Esa fue durante siglos la afirmación constante de la mayoría de las iglesias de la cristiandad, empezando por la iglesia católica y siguiendo por las distintas iglesias reformadas. Incluso hoy día, cuando se tiene la oportunidad de hablar con líderes espirituales o miembros sinceros de distintas denominaciones religiosas, suele notarse mismo patrón o denominador común.

Los testigos de Jehová, por ejemplo, suelen afirmar que hay que estár dentro de su organización religiosa si es que se quiere ser salvo. Suelen usar la ilustración del arca de Noé para indicar que «hay que estar dentro de la organización, si es que uno quiere salvarse cuando Cristo vuelva para pedir cuentas a todla humanidad«. Su posición es una de las más extremas que se conocen, pues llegan a afirmar que «cuando venga el fin de este sistema de cosas, solo nos salvaremos nosotros. El resto de la humanidad morirá en el día del Armagedón, cuando Dios traiga su juicio«.

Cabe preguntarse si eso es condición sine qua non para tener el favor de Dios, y lo que es más importante, si eso está en armonía con el Evangelio. El siguiente pasaje podría ayudar a reflexionar:

«Juan le dijo a Jesús:

—Maestro, vimos a alguien usar tu nombre para expulsar demonios, pero le dijimos que no lo hiciera, porque no pertenece a nuestro grupo.

—¡No lo detengan!—dijo Jesús—. Nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. Todo el que no está en contra de nosotros está a nuestro favor. Si alguien les da a ustedes incluso un vaso de agua porque pertenecen al Mesías, les digo la verdad, esa persona ciertamente será recompensada».– Marcos 9:38-41, Nueva Traducción Viviente (NTV).

Esas palabras de Cristo Jesús muestran que podría haber personas que no estuvieran dentro del mismo grupo. ¿Por qué? Porque la simple membresía no hacía mejor a alguien a los ojos de Dios. Hay que recordar que en el momento en que Jesús de Nazaret pronunció esas palabras, el mismo Judas se encontraba entre sus discípulos asiduos. Además, durante todo su ministerio terrestre, al tratar con las personas, Jesús mostró una y otra vez que podía leer el corazón de todo ser humano y conocer por tanto si se trataba de alguien realmente justo o no. Los fariseos Nicodemo y José de Arimatea pertencían a esa misma secta, pero resultaron ser hombres justos y sensibles al espíritu de Dios.

El pasaje muestra por tanto que se puede estar en algún grupo o no. Jesús invitó a todos los seres humanos a tener una relación personal con Dios, algo que es personal e intrasferible. Eso no depende de portar alguna etiqueta determinada. El problema viene cuando algunas de las denominaciones existentes se arrogan la única autoridad para representar a Cristo Jesús afirmando que «solo dentro de nuestra iglesia hay salvación«. Porque eso es algo que sin duda solo decidirá Dios, no algún grupo de hombres «sentados en la cátedra de Moisés» (Mateo 23:2-4). Como escribí en el tema «El concepto de autoridad«:

«Sea que uno pertenezca a una organización religiosa o no, la verdadera autoridad es la que se inspira en el espíritu de los dichos y hechos de Jesús de Nazaret. Si algo no se hace según ese espíritu de libertad, amor y justicia, nunca podrá decirse que es verdadera autoridad. El propio Cristo Jesús dijo:

«Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».- Mateo 28:18-20, LBHA.

Es verdad que Cristo Jesús usó a ciertos hombres y mujeres como apóstoles, maestros y evangelizadores para que le representaran y anunciaran su nombre después del Pentecostés del año 33 de nuestra era, pero no hay ninguna evidencia de que se mantuviera un «linaje» de esa representación hasta nuestros días. Las iglesias del siglo IV se aliaron con el poder político con la ayuda del emperador Constantino el Grande (llamado también «Máximo Pontífice»), algo que históricamente resultó ser uno de los mayores errores jamás cometidos, a juzgar por el fruto horrendo que se produjo en la forma de persecuciones de unos cristianos por otros y de guerras de religión. Y así lo hicieron también las iglesias reformadas. Todo eso fue contrario al espíritu amoroso de las enseñanzas de Cristo Jesús, quien había dicho que «dad al César las cosas del César y a Dios las cosas de Dios» (Mateo 22:15-21), y que «todos los que toman espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52).

Por otro lado, la Parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-52) muestra que Cristo Jesús sembraría semillas buenas que darían buen fruto, pero que todo ese sembrar sería sobresembrado por la maldad, de modo que sería necesario esperar al final del los tiempos para separar el trigo de la cizaña. ¿Qué quiere decir eso? Que lo importante no son las denominaciones religiosas sino las personas, cuyo corazón solo Dios conoce para bendecirlas o no. De ahí que hoy día haya buenos cristianos dentro de las distintas denominaciones religiosas existentes y fuera de ellas.

Por otro lado, en muchos países del mundo cristianos sinceros se reunen para orar y leer juntos las Escrituras para estímulo espiritual recíproco sin pertenecer a ninguna denominación oficial. Oran por el Espíritu Santo de Dios para poder entender cada día mejor la voluntad de su Maestro y Causa, Cristo Jesús, y en lugar de ser como «cadetes de West Point» pertenciendo a alguna denominación concreta, prefieren defender la causa de Cristo Jesús «haciendo la guerrilla en las montañas«. Recuerdan cuando él dijo «donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo» (Mateo 18:20), y también «estaré con vosotros hasta el final de los días» (Mateo 28:16-20). Forman «iglesia«, no como institución eclesiástica, sino en su principal acepción sencilla: «reunión o comunidad de creyentes«.

«Para Dios no hay favoritismos«

De modo que tranquiliza saber que, según las Escrituras, lo que Dios ve es el corazón de toda persona, y que nosotros no podemos evaluar a nadie como lo hace él. Por ejemplo, el relato de Hechos capítulo diez habla acerca de un centurión romano llamado Cornelio que no era de origen judío pero que tanto «él y toda su familia eran devotos y temerosos de Dios. Realizaba muchas obras de beneficencia para el pueblo de Israel y oraba a Dios constantemente». Es decir, era alguien que no pasó desapercibido a los ojos de Dios debido a que era un hombre recto. De modo que el apóstol Pedro fue enviado para darle testimonio acerca de Cristo Jesús y tanto él como toda su familia lo aceptaron con fe y se bautizaron. Al ver que Dios permitía por primera vez que un gentil o no judío fuera bautizado como seguidor fiel de Cristo Jesús, Pedro dijo:

«Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos, sino que en toda nación él ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia«.- Hechos 10:34, 35, Nueva Versión Internacional (NVI).

Solo Dios es el juez de todos y el único que evalúa con exactitud los corazones. De ahí la importancia de no juzgar nunca a nadie y dejar todo es sus manos en la firme confianza de que siempre hará lo mejor para toda la humanidad.

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