¿Qué hacer si no estoy en una organización religiosa?

INTRODUCCIÓN

“Llegará el momento en que desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre y no lo veréis.” (Lucas 17:22)

Cuando nos enfrentamos a pruebas y problemas complejos, ansiamos mucho unos minutos durante los cuales pudiéramos hablar cara a cara con el Hijo de Dios y escuchar de su propia boca las respuestas a nuestras inquietantes preguntas. Pero esos preciosos años, cuando el Señor habló a sus discípulos cara a cara, ya pasaron. Nuestra necesidad de sus respuestas, sin embargo, continúa ¿Significa esto que nos hemos quedado sin una guía fiable y sólo con preguntas inquietantes?

No, después de su ascensión al cielo, Jesucristo no dejó a sus discípulos en una condición como la de huérfanos, indefensos y abandonados (Juan 14:16-18) Él les aseguró: “El Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14:26) Hoy en día, operando junto con la Palabra de Dios, “el Espíritu” trae a las mentes de los cristianos las enseñanzas del Hijo de Dios (como se establece en las Escrituras) y, basándose en esas enseñanzas, les permite entender la dirección que debe tomarse. Ya que toda la Palabra de Dios es inspirada, contiene todo lo esencial para que el cristiano continúe caminando por el estrecho camino que lleva a la vida.

Sin embargo, a veces podemos sentirnos abandonados, envueltos en situaciones que nunca podríamos haber imaginado y para las que parece que no estamos preparados. Una de las experiencias más angustiosas en la vida de los cristianos es descubrir que un grupo o movimiento religioso con el que estaban asociados no es realmente lo que dice ser. El resultado es a menudo una íntima conmoción, una sensación de miedo, alarma y soledad inquietante. La idea de perder amigos queridos y convertirse en un excluido, incluso entre los miembros de la familia, puede parecer demasiado para soportar. Esto puede ir acompañado de la angustiosa sensación de que posiblemente uno esté equivocado — en peligro de arriesgar su futuro eterno.

RESTAURANDO LA SEGURIDAD ESPIRITUAL

La primera carta del apóstol Juan puede ser de gran ayuda para calmar cualquier sentimiento de inquietud y asegurarnos el amor leal de nuestro Padre celestial. Este amor no se basa en ser parte de un movimiento religioso específico. Es un amor por nosotros como individuos, personas por las que su Hijo murió. Nuestra vida en armonía con las enseñanzas y el ejemplo de su Hijo sirve como evidencia tangible de que nosotros, por fe, aceptamos su muerte en sacrificio para nuestro beneficio y a él como nuestro Señor. Por consiguiente, ya no estamos alejados de su Padre y bajo la condena del pecado, sino que somos miembros de la familia de los hijos amados de Dios. Esto es lo que nuestro Padre celestial reveló en Su Palabra. (Romanos 8:1-4, 12-17) Así, como hijos confiados, aceptamos legítimamente lo que Dios declaró en lenguaje sencillo a través de los apóstoles inspirados, en lugar de tener que aceptar alguna reinterpretación originada por humanos no inspirados (por muy plausible o impresionante que parezca su razonamiento). El apóstol inspirado Juan nos dice: “Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1, LBLA) Que los seres humanos perdidos puedan ser llamados “hijos de Dios” es algo que debe sorprender. Es verdaderamente asombroso que Él, que es tan puro, tan amoroso y bueno, nos acepte como sus propios hijos porque nosotros, con fe, hemos aceptado a su Hijo y todo lo que ha hecho por nosotros. La sola idea de que esto sea así parece abrumadora. Sin embargo, según los manuscritos más antiguos, la declaración del apóstol va seguida de la garantía incuestionable “y eso somos”, es decir, somos realmente hijos de Dios.

Amar como Dios y Cristo aman es el modo por el cual nos aseguramos de nuestra posición como hijos amados, disipando de nuestros “corazones”, nuestro interior más profundo, las dudas y sentimientos de inutilidad. Como el apóstol Juan escribió: “Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene; porque Dios es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas”. (1 Juan 3:18-20 LBLA) Aunque podamos ser asaltados por dudas interiores, podemos consolarnos en el hecho de que nuestro Padre celestial es mucho más benévolo con nosotros como hijos suyos que nosotros en nuestro interior más profundo.

De acuerdo con el espíritu de las palabras del apóstol Juan, podemos disipar nuestras angustiantes dudas preguntándonos: ¿Queremos ser como nuestro Padre Celestial y su Hijo en actitud, palabra y obra? ¿Es el deseo de nuestros corazones imitar su amor? ¿Nuestra fe en Dios y en Cristo nos ha hecho personas amorosas y compasivas?

Sin embargo, en vista del hecho de que la justicia que tenemos sólo es por atribución, nuestro caminar como hijos de Dios no es perfecto. Debido a nuestros repetidos errores, a veces podemos cuestionar si realmente somos sus hijos. Especialmente los cristianos que han pecado gravemente en el pasado pueden estar afligidos por serias dudas sobre su posición ante el Altísimo. Pueden estar abrumados por sentimientos de vergüenza y culpa. Aquí también debemos tener en cuenta que nuestro Padre celestial es mucho más misericordioso que “nuestro corazón”.

Hay una gran diferencia entre elegir vivir una vida de pecado y, en momentos de debilidad, ceder al poderoso deseo de la naturaleza humana caída. El apóstol Juan dejó muy clara esta distinción en su primera carta:

“Dios es luz, y en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; mas si andamos en la luz, como Él está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad […] Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Juan 1:5-2:2 LBLA)

Nuestro Padre celestial “es luz” — puro, limpio, santo — en sentido absoluto. No hay la más mínima mancha de oscuridad, maldad, depravación, corrupción, ignorancia, impiedad o impureza. Por lo tanto, para los hijos amados de Dios, caminar habitualmente en la oscuridad (impureza, impiedad y corrupción), es inconcebible. Aun así, nuestro caminar en la luz no es más que un débil reflejo de la santidad de nuestro Padre celestial. Todavía necesitamos el poder limpiador de la sangre de Jesucristo, y esa sangre nos purifica de todo pecado, es decir, de todas las impurezas que resultan de nuestra incapacidad de cumplir la norma divina de santidad en palabra, pensamiento y acción.

Si confesamos nuestros pecados, podemos estar seguros de un completo perdón. Esto se debe a que Dios es fiel, leal y digno de confianza. Ya que ha declarado que el perdón es posible en base a la sangre derramada de su Hijo, podemos tener absoluta confianza en lo que dijo. El Altísimo es también justo y recto. Siempre actuará en armonía con lo que se ha revelado. Se ha mostrado perdonador y misericordioso con los pecadores arrepentidos. Así, su justicia garantiza que seremos perdonados.

Al asegurar que la sangre del Hijo de Dios hace posible la purificación de toda injusticia, las palabras del apóstol nos sirven de aliento para no pecar, sino para que mantengamos una conducta recta. Si pecamos, la ayuda está disponible en forma de ayudante, intercesor y abogado. Este, Jesucristo, goza de una relación íntima con el Padre, y su justicia es absoluta, no imputada. Por ser justo, su intercesión por los pecadores arrepentidos recibirá siempre la atención favorable de su Padre.

LIDIAR CON SENTIMIENTOS DE DOLOR Y RABIA

Después de descubrir graves defectos en un grupo o movimiento religioso en particular, uno puede irritarse y sentirse profundamente herido por haber sido engañado. Puede inclinarse a considerar a quienes toman las decisiones como malévolos y deliberados manipuladores. Por otra parte, es frecuente que los defensores más fanáticos de una organización sean víctimas lamentables, cuya forma de actuar sea similar a los miembros de la familia que protegen y encubren a un padre o una madre alcohólico. Incluso cuando se tiene conocimiento de primera mano de las personas implicadas y de sus tergiversaciones de los hechos, se debe tener cuidado de no descargar fuertes sentimientos contra esas personas. Hay una enorme diferencia entre exponer declaraciones falsas debido a una preocupación genuina por el bienestar de los demás, y condenar a personas concretas. En relación con esto, todo el juicio final recae en nuestro Padre Celestial y su Hijo.

La dinámica de grupo es compleja. Las presiones y restricciones sobre los individuos son realmente grandes. Con pocas excepciones, la conciencia individual parece estar en un estado de actividad suspendida, y a menudo el razonamiento sólido es suplantado por la emoción. Nadie parece asumir la responsabilidad personal de las decisiones de grupo (que pueden ser incluso unánimes) y de los efectos negativos que esas decisiones puedan tener en la vida de otras personas. La colectividad asume una personalidad propia y un poder mayor que la suma de sus componentes. En cualquier colectivo, ya sea étnico, nacional, tribal, religioso o comercial, todo se subordina a lo que se reconoce como sus intereses, ya sean reales o imaginarios. En su forma extrema, la colectividad inconsciente comete atrocidades. Sin embargo, es posible que las personas involucradas no se consideren culpables de crímenes atroces contra la humanidad. Así, como miembros de un grupo, las personas pueden actuar sin ninguna compasión y de manera que nunca actuarían individualmente.

Un prominente defensor de la libertad cristiana, el apóstol Pablo, se encontró una vez en ese lamentable estado como un judío celoso, luchando desesperadamente contra una amenaza percibida: el creciente número de personas de su propio pueblo que aceptaban a Jesús como el Mesías prometido. Habría sido fácil juzgar al cruel perseguidor como un hombre horrible y cruel que merecía la muerte. Lo que le pasó, sin embargo, debería darnos una pausa para reflexionar seriamente en el caso de vernos maltratarnos por alguien.

Nuestro Maestro nos pidió que rezáramos por aquellos que buscan hacernos daño, y que no expresáramos manifestaciones de odio hacia ellos. (Mateo 5:44-45) Cumpliendo con la enseñanza de Cristo, Esteban hizo su llamamiento: “¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado! (Hechos 7:60) El compasivo llamamiento del moribundo Esteban fue respondido, como lo confirman las propias palabras de Pablo: “Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia”. – 1 Timoteo 1:13, NVI

SOLO PERO NO ABANDONADO

Cuando nos sentimos muy solos, podemos beneficiarnos mucho al reflexionar sobre lo que enfrentaron los siervos del Altísimo en la antigüedad. Un ejemplo notable es el de una joven capturada por una banda de merodeadores sirios, se vio arrancada de todo lo que le era querido —familia, amigos y ambiente conocido— y reducida a la posición de esclava en la casa de los idólatras. Aunque el registro de las Escrituras guarda silencio sobre la muerte y la destrucción que la banda de merodeadores sirios pudo haber dejado a su paso y sobre lo que pudo o no haberles ocurrido a sus padres, no hay duda de que esta joven fue testigo de escenas de horror. Además, comparado con lo que el cristiano tiene hoy en día en términos de confort y estímulo, ella tenía muy, muy poco.

Sin embargo, mantuvo su fe en Dios y, sorprendentemente, un espíritu de profunda compasión por un hombre que era un destacado representante del propio pueblo responsable de la terrible tragedia que le afectó a ella y a sus padres.

El hombre era Naaman, comandante del ejército del rey de Siria. Sufrió una enfermedad repugnante y desfigurante, que en Israel hubiera requerido que viviera en aislamiento. Movida por la compasión, la pequeña niña israelí, muy ansiosa de que se curara de su horrible enfermedad, le dijo a su esposa: “Ojalá el amo fuera a ver al profeta que hay en Samaria, porque él lo sanaría de su lepra”. – 2 Reyes 5:3, NVI

En verdad, la fe de esa joven anónima brillaba como una joya preciosa, ya que era una excepción entre los israelitas de su época, la gran mayoría de los cuales no tenían ninguna consideración por Jehová ni por su profeta y, en cambio, veneraban ídolos sin vida. ¡Imagine su alegría al ver su fe recompensada! Naamán regresó de la tierra de Israel curado físicamente y, lo más importante, como humilde adorador del Dios verdadero.

¿Quién podría haber imaginado tal resultado en lo que comenzó como una terrible tragedia? Como en el caso de José, que no fue abandonado por Jehová cuando fue vendido como esclavo, esta chica tampoco fue abandonada. Nunca, nunca, nuestro Padre celestial abandonará a los que le son fieles. – Salmo 27:10, Romanos 8:38, 39.

Entonces, la soledad también puede beneficiarnos. Podemos descubrir que tenemos más tiempo para leer las Escrituras y para reflexionar sin distracciones, lo cual nos acerca a nuestro Padre celestial. En el caso de José, su experiencia en la esclavitud y la prisión puso a prueba su fe en la palabra de Dios, que le había sido transmitida a través de sueños proféticos. (Salmo 105:17-19) Sin duda, porque José mantuvo su fe bajo pruebas, su confianza en la promesa de Dios a Abraham se mantuvo fuerte durante toda su vida. Sus últimas palabras fueron una expresión de fe: “Yo voy a morir, pero Dios ciertamente os cuidará y os hará subir de esta tierra a la tierra que Él prometió en juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob… Dios ciertamente os cuidará, y llevaréis mis huesos de aquí”. (Génesis 50:24-25, Hebreos 11:22) Años más tarde, durante la peregrinación por el desierto de Israel, los huesos de José fueron un testimonio silencioso de la fe que el pueblo debería haber tenido en el cumplimiento seguro de la promesa de Dios. (Éxodo 13:19, Josué 24:32) La soledad, por lo tanto, no debe temerse, sino que puede ser vista como algo que puede contribuir a nuestro progreso espiritual. – Compare con Santiago 1:2-4, 12.

ESFORZÁNDOSE EN SENTIDO ESPIRITUAL

Para crecer espiritualmente, debemos asegurarnos de que nuestros cimientos sean sólidos. Señalando este fundamento, el apóstol Pablo escribió, “porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3:11, NVI) Nuestro objetivo debe ser tener una fe fuerte, de primera mano, basada en nuestro examen personal de las pruebas contenidas en los relatos del Evangelio.

Algunos que se han amargado por el trato recibido de un grupo religioso en particular, nunca prestaron, ni prestan, cuidadosa consideración al testimonio de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Aunque pueden expresar la creencia de que Jesús es el Hijo de Dios, no tienen una fuerte convicción personal basada en la evidencia y son fácilmente influenciables por enseñanzas antibíblicas. Un cristiano le dijo a un joven en esta situación: “Si, sobre la evidencia encontrada en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, estás convencido de que Jesús resucitó de entre los muertos, demostrándote innegablemente que él es en verdad el Hijo de Dios, entonces su ejemplo y su enseñanza deben regir la forma en que conduces tu vida”. Sin embargo, más fascinado por los aspectos místicos de las religiones orientales, este joven hizo caso omiso del comentario, pensando que algo más tenía que estar involucrado. Veinte años después, seguía a la deriva, incapaz de dejar que los relatos del evangelio le hablaran al corazón y de responder con fe.

Las personas que han sufrido cualquier tipo de dificultad dentro de un movimiento religioso que profesa ser cristiano están en un estado vulnerable. No pueden permitirse el lujo de no esforzarse para confirmar y fortalecer su fe.

Para muchos, dejar que las Escrituras les hablen directamente no es fácil. Acostumbrados desde hace mucho tiempo a usar y escuchar los mismos textos bíblicos una y otra vez, pueden encontrar difícil ver cada libro de la Biblia como un todo, siendo estos textos sólo una pequeña parte del mensaje que nuestro Padre celestial quiso transmitirnos a través de los escritores inspirados. A menudo, el uso constante de textos aislados en el pasado, puede hacer que uno pierda de vista la importante relación entre los textos individuales y las palabras que los preceden y siguen.

Después de más de 50 años, un cristiano llegó a reconocer el efecto nocivo del uso repetido de textos aislados y admitió humildemente: “Conozco muchos textos, pero no conozco el contexto”.

Reconociendo su verdadera condición espiritual, este hombre sincero tomó la determinación de remediar la situación. Cada mañana lee y reflexiona sobre una parte de la Biblia, esforzándose por familiarizarse con lo que está escrito, y de tal manera que pueda expresarlo con sus propias palabras.

Su caso ilustra que primero debe haber la conciencia de una necesidad espiritual. Desde el momento en que se percibe la necesidad, muchos se sienten movidos a pedir ayuda al Creador. Entre ellos, sin embargo, hay un número considerable de personas que dejan de intentarlo. Típico es el caso de un joven cabeza de familia que se desilusionó de su religión y comenzó a cuestionar ciertas enseñanzas. Buscó respuestas de un cristiano al que respetaba mucho. Este cristiano le animó a asumir la responsabilidad personal de su vida espiritual a través del análisis regular y en oración de la Palabra de Dios, teniendo paciencia para dejar que la misma Biblia le enseñara progresivamente. Para el cabeza de familia, las exigencias de ganarse la vida, cuidar de un hogar y criar a dos hijos difíciles le parecían simplemente demasiado grandes como para poder seguir esta recomendación. Antes de su decepción, había dedicado unas 30 horas al mes a las actividades de su organización religiosa. Sin embargo, consideraba que era demasiado hacer algo por su propia salud espiritual y la de su familia, escuchando la Palabra de Dios en los momentos que él mismo decidía. Lamentablemente, se absorbió totalmente en los asuntos de la vida diaria. Unos veinte años más tarde, su fe parecía estar muerta. Incluso empezó a cuestionarse seriamente si había un Padre celestial amoroso.

Cuando uno reconoce que está espiritualmente necesitado y lo convierte en un asunto de oración, comienza una vida espiritual si hay un deseo de responder a la llamada de Dios. Esto está claramente establecido en el libro de Proverbios:

“Hijo mío, si haces tuyas mis palabras y atesoras mis mandamientos; si tu oído inclinas hacia la sabiduría y de corazón te entregas a la inteligencia; si llamas a la inteligencia y pides discernimiento; si la buscas como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios” – Proverbios 2:1-5, NVI

Aunque una persona puede tener grandes dificultades en la lectura y por lo tanto una comprensión limitada, no tiene por qué dejar de hacerlo. Escuchando varias veces la lectura de la Biblia (por ejemplo, a través de grabaciones) y luego reflexionando sobre lo que han escuchado, muchos se han enriquecido espiritualmente. De hecho, fue principalmente a través de la escucha, no de la lectura, que los cristianos del primer siglo se familiarizaron con el contenido de las Escrituras inspiradas.

USANDO UNA VARIEDAD DE TRADUCCIONES DE LA BIBLIA

Debido a la familiaridad con las palabras y frases de una traducción bíblica en particular, una persona puede caer en la trampa de sólo leer o escuchar las palabras. Una cosa que ha ayudado a muchos a minimizar este problema es considerar el mismo relato en varias traducciones (posiblemente incluyendo versiones de idiomas en los que la persona no es tan competente como en su lengua materna). Cuando se lee el mismo pasaje en diversas traducciones, es más probable que una persona centre su atención en los pensamientos expresados de manera distinta a como está acostumbrada.

Dado que ninguna traducción es perfecta, no hay necesidad de ser temeroso de leer o escuchar varias traducciones de uso común. En la mayoría de los casos, los traductores han demostrado ser plenamente conscientes de la gravedad de su difícil tarea y han actuado en consecuencia. Como se desprende del examen de sus prólogos de las versiones bíblicas, los traductores varían en su enfoque y propósito. Hay versiones que parafrasean o presentan una versión poco rigurosa del texto. Estas versiones pueden no ser adecuadas para un estudio serio, pero pueden ser útiles para obtener una visión general de un libro de la Biblia.

Ya sea que se elija un enfoque más o menos literal, los traductores se enfrentan al reto de preservar tanto como sea posible el estilo del idioma original sin oscurecer su significado en otro idioma. Para obtener beneficio, la gente debe ser capaz de entender lo que lee o escucha. Para muchos cristianos del primer siglo, la situación no era muy diferente de la de la mayoría de los que viven hoy en día. No entendían el texto hebreo y dependían de una traducción (la Septuaginta). Los manuscritos aún existentes de esta versión griega contienen una fraseología en algunos textos que puede diferir considerablemente de los correspondientes textos hebreos existentes. Aun así, el mensaje es el mismo, y los oyentes o lectores cristianos del texto griego disfrutaron de la misma posición ante el Altísimo que sus hermanos de habla hebrea.

Así como el hebreo es muy diferente del griego, los idiomas a los que la Biblia ha sido traducida también difieren mucho entre sí. Lo que dificulta las cosas es la ausencia de todos los signos de puntuación en los textos antiguos, que requieren decisiones sobre dónde terminar las oraciones, dónde posicionar o puntuar las oraciones modificadas, o dónde dividir una frase muy larga en frases más cortas para facilitar la lectura y la comprensión (Por ejemplo, las palabras de Efesios 1:3-14 forman sólo una oración en griego). Como los traductores no han hecho las mismas elecciones, si una persona lee una variedad de traducciones, se hará más consciente de los textos que están abiertos a distintas compresiones. Incluso si esta persona es capaz de leer el texto original con un nivel de comprensión razonablemente bueno, en el mejor de los casos sólo podrá dar razones para favorecer una opción de traducción sobre otra. Si, por el contrario, hubiéramos escuchado personalmente al apóstol Pablo y estuviéramos íntimamente familiarizados con su forma de expresarse y con todas las circunstancias que le llevaron a escribir, estaríamos en una posición mucho mejor para decidir qué traducción hacer de sus palabras. Como ningún hombre es una autoridad definitiva, evitamos sabiamente discutir sobre detalles precisos. Nuestra atención debe centrarse siempre en lo que contribuye a que tengamos una fe más fuerte y seamos hijos amorosos y obedientes en la familia de Dios.

¿Qué pasa si una persona está preocupada por la traducción de un texto específico? Aprender hebreo, arameo y griego no es factible para la mayoría de los cristianos. Sin embargo, si utilizamos traducciones interlineales, podemos determinar si una versión particular se aparta significativamente de lo que está contenido en los manuscritos bíblicos existentes. Los traductores suelen proporcionar versiones alternativas en notas a pie de página, que también pueden servir de base para la evaluación. Las notas a pie de página en Tanakh (la traducción de las Escrituras Hebreas por la Sociedad Editora Judía) son excepcionales, y llaman la atención sobre los casos donde hay incertidumbre sobre cómo debe ser traducido el texto hebreo. Además, las publicaciones destinadas a ayudar a los traductores (como las que están disponibles a través de las Sociedades Bíblicas Unidas o a través de la Sociedad Bíblica del propio país) pueden proporcionar información valiosa y contribuir a una mejor comprensión de las Escrituras.

Un aspecto que preocupa cada vez más a algunos traductores de la Biblia es la inclusión del nombre divino. Everett Fox, traductor de La Biblia de Schocken, explica su posición de la siguiente manera:

“El lector notará inmediatamente que el nombre personal del Dios de la Biblia aparece en este volumen como ‘YHWH’. Esta es una práctica académica bastante común, pero no indica cómo debe pronunciarse el nombre. Recomendaría el uso del tradicional “Señor” en la lectura en voz alta, pero otros pueden querer seguir su propia costumbre. Aunque el efecto visual de ‘YHWH’ puede ser impactante al principio, tiene el mérito de acercarse a la realidad del texto hebreo tal y como lo tenemos ahora, y dejar abierta la cuestión no resuelta de la pronunciación y el significado del nombre de Dios… Históricamente, las traducciones judías y cristianas de la Biblia al inglés tienden a usar “Señor”, con algunas excepciones (particularmente “el Eterno” en Moffatt)*. Todos los intentos, tanto antiguos como recientes de recuperar la pronunciación ‘correcta’ del nombre en hebreo no han tenido éxito. Ni la forma ‘Jehová’ que se escucha a veces, ni la forma estándar entre los eruditos ‘Yahweh’ pueden ser probadas de manera concluyente”.

(*Nota del traductor: En el idioma español, La Biblia Reina-Valera en su revisión de 1990, también utiliza “El Eterno”)

De manera similar, los autores de Manual de traducción del libro de los Salmos (Copyright 1991 — Sociedades Bíblicas Unidas) dicen:

“Aunque no se usa ni en la Versión Estándar Revisada ni en la Versión Inglesa de Hoy, ‘Yahweh’ aparece a menudo en el cuerpo de este Manual. ‘Yahweh’ representa el propio nombre hebreo de Dios, YHWH (cuatro consonantes sin vocales), cuya derivación y significado precisos son discutidos (ver Ex. 3:14-15; 6:2, 3)…. En el texto del comentario, los autores de este Manual consideraron que el traductor debe ser consciente del hecho de que el título inglés “LORD” (SEÑOR) no es una traducción adecuada de la palabra hebrea YHWH, ya que, por definición, un título no es un nombre propio, ni siquiera un título escrito con mayúsculas. Tal vez llegue el momento en que las versiones estándar de la Biblia hebrea, tanto judías como cristianas, presenten una transliteración del hebreo, siguiendo el ejemplo de La Biblia de Jerusalén, que presenta a Yahvé [en la versión original francesa] (‘Yahvé’, en la versión inglesa, ‘Yahvé’ en la versión española) como el nombre propio del Dios de Israel”.

En cuanto a los libros bíblicos escritos en el primer siglo, no hay evidencia en los manuscritos griegos existentes de que el nombre apareciera en ningún pasaje (desde Mateo hasta el Apocalipsis). En cuanto a la posibilidad de que apareciera en el texto original cuando se hicieron citas del texto hebreo, George Howard (en El Evangelio de Mateo en hebreo, 1995) escribe:

“La aparición del Nombre Divino en el Mateo de Shem-Tob [contenido en su tratado Even Bohan, una controvertida obra del siglo XIV diseñada a ayudar a los judíos a defender su fe] apoya las conclusiones a las que llegué en un estudio anterior del Tetragrámaton en el Nuevo Testamento, basando mis observaciones en el uso del Nombre Divino en la Septuaginta y en los Rollos del Mar Muerto. Algunas copias precristianas de la Septuaginta, por ejemplo, contienen el nombre divino escrito en el texto griego… En mi trabajo anterior, llegué a la conclusión de que los escritores del Nuevo Testamento, que tenían acceso a tales copias de la Septuaginta, pueden haber preservado el Tetragrámaton en sus citas bíblicas de la Septuaginta. Ahora bien, el Mateo de Shem-Tob atestigua el uso del nombre divino en el Nuevo Testamento… Es muy poco probable que Shem-Tob haya introducido el nombre divino en su texto. Ningún polémico judío habría hecho eso. Cualquiera que sea la fecha de este texto, debe haber incluido el nombre divino desde el principio. Un último comentario sobre el Nombre Divino: El Mateo de Shem-Tob muestra una actitud muy conservadora hacia su uso. El autor de este texto no era un cristiano radical, insertando arbitrariamente el Tetragrámaton en su evangelio. Su actitud era de reverencia y respeto. De hecho, su uso del nombre divino corresponde a la práctica conservadora que se encuentra en la Septuaginta y en los Rollos del Mar Muerto. [Nota: El Mateo de Shem-Tob, sin embargo, no utiliza YHWH, sino la expresión “el Nombre” una vez, y una forma abreviada de ella otras 18 veces].

Independientemente de la conclusión sobre el texto registrado del “Nuevo Testamento” a la que uno pueda llegar basándose en tales pruebas, no hay razón para dudar de que cuando Jesús habría leído lo que estaba registrado y habría hecho lo mismo al citar pasajes de memoria. Fue, sin embargo, la estrecha relación filial que Jesús expresó al llamar a Dios su Padre lo que enfureció a los judíos incrédulos. (Juan 5:17, 18) Se dirigió a Dios como Padre varias veces y enseñó a sus discípulos a hacer lo mismo. (Mateo 6:9, Juan 14:1-17:26) Por lo tanto, en caso de que el nombre divino apareciera en los manuscritos griegos originales del “Nuevo Testamento”, es evidente que no fue frecuente, ya que se hacía hincapié en la filiación de los discípulos de Jesús.

Aunque los salmos son oraciones a Dios, ninguno de ellos comienza con las palabras “Padre Nuestro”. Sólo una vez, en un contexto que implica una promesa con David, se usa la expresión “mi Padre”. (Salmo 89:26; compare con 2 Samuel 7:14 y 1 Crónicas 22:10). La intimidad reflejada al dirigirse a Dios como “Abba, Padre”, sólo se hizo realidad cuando Jesucristo hizo posible esta relación filial al dar su vida en sacrificio. (Romanos 8:15-16) Por lo tanto, la inserción del nombre divino de manera “arbitraria” en cualquier traducción del Nuevo Testamento (excepto en las citas de las Escrituras hebreas que señalan inequívocamente al Padre, o en frases tales como “la palabra de YHWH” y “el ángel de YHWH”) oscurecería esta preciosa relación y, en ciertos contextos, incluso distorsionaría las claras referencias al Señor Jesucristo.

HACIENDO USO DE OTRAS FUENTES

La cantidad de recursos para el estudio de la Biblia es inmensa. Se han publicado miles de comentarios en muchos idiomas, y hay innumerables Biblias de estudio, léxicos y una amplia variedad de otras obras de referencia. Muchos proporcionan ayudas útiles, abriendo la puerta a un pensamiento productivo y contribuyendo a una mayor comprensión del mensaje bíblico. Otros, sin embargo, marcados por el dogmatismo, conjeturas irreflexivas y conceptos teológicos ajenos al cristianismo primitivo, tienen muy poco valor. Una vez que los cristianos de manera individual han absorbido el mensaje de la Biblia a través de un análisis cuidadoso de las Escrituras, están en una posición mucho mejor para ser juiciosos en la elección y el uso de las obras de referencia. El volumen total de lo que está disponible y la gran diferencia en la calidad de lo que se ha escrito hace imperativo que seamos selectivos sobre el material que decidamos investigar.

Ninguna obra de referencia debe considerarse como algo más de lo que es: una reflexión basada en un conocimiento humano limitado. Ernest Best, en el prefacio de su comentario sobre Efesios, hizo las siguientes observaciones:

“Toda exégesis [exposición o interpretación crítica de un texto] está limitada por la situación de quienes lo escriben. Los escritores necesariamente verán el texto en el que trabajan desde el ángulo del tiempo en que viven y esto puede llevarlos a ver nuevos aspectos de este y a formular nuevas preguntas sobre él. También se verán afectados por su lealtad a la iglesia, si la hubiera. Las lentes de colores que usamos, normalmente sin darnos cuenta, afectan a la forma en que leemos los textos”.

Ya que hay limitaciones en lo que los humanos han escrito, debemos sabiamente dejarnos guiar por el principio establecido en las Escrituras: “Ahora nuestro conocimiento es parcial e incompleto”, o “imperfecto. (1 Corintios 13:9, NTV, TLA) Una conciencia vigilante de la naturaleza limitada de todo el conocimiento humano puede impedirnos hacer meras afirmaciones o aceptar como hechos las conjeturas, teorías o interpretaciones de otros.

UN RICO TESORO ESPIRITUAL A SU DISPOSICIÓN

En las páginas de la Palabra de Dios, todas las personas reverentes encontrarán todo lo necesario para desarrollarse espiritualmente, siempre que reconozcan que toda la Escritura puede beneficiarles personalmente. (2 Timoteo 3:16) La cuestión que debemos plantearnos individualmente es cuánto del tesoro inagotable queremos usar.

Un ejemplo de alguien que se enriqueció enormemente con su cuidadoso estudio de la Palabra de Dios fue el talentoso matemático y físico inglés Sir Isaac Newton. Comenzó su estudio de la Biblia en su preadolescencia y continuó leyéndola diariamente hasta su muerte a la edad de 85 años. Basándose en su análisis de las Escrituras, escribió más de un millón de palabras, la mayoría de las cuales nunca fueron publicadas. El único libro que se imprimió en 1733, seis años después de su muerte, revela su profundo aprecio por la Palabra de Dios y su firme convicción de que los individuos no deben ser impedidos por ninguna autoridad humana de dejar que las Escrituras les hablen directamente. Newton escribió:

“La autoridad de los emperadores, reyes y príncipes es humana. La autoridad de los concilios, sínodos, obispos y sacerdotes es humana. La autoridad de los profetas es divina y abarca toda la religión, contando a Moisés y a los apóstoles entre los profetas, y si un ángel del cielo predica un evangelio distinto del que ellos han predicado, que sea maldito. Sus escritos contienen el pacto entre Dios y su pueblo, con instrucciones para mantener este pacto, ejemplos de los juicios de Dios sobre aquellos que lo han roto, y predicciones de las cosas por venir. Mientras el pueblo de Dios mantenga el pacto, sigue siendo su pueblo: cuando lo rompen dejan de ser su pueblo o iglesia, y se convierten en la sinagoga de Satanás, los que se llaman a sí mismos judíos y no lo son. Y ningún poder en la tierra está autorizado a alterar este pacto”.

Cada libro de la Biblia debe ser examinado en su conjunto para no utilizar pasajes individuales que no estén en armonía con su contexto, que incluye su momento histórico y la audiencia a la que se dirigieron originalmente las palabras. Para ello, hay que tener en cuenta que las divisiones de capítulos a menudo no están en los mejores lugares. Por lo tanto, es aconsejable tratarlos como inexistentes durante la lectura de la Escritura, deteniéndose preferentemente sólo donde el tema cambia realmente. Para los cristianos, el estudio de las Escrituras en su conjunto sirve como la mejor salvaguardia contra el error, y cuando se aplica la enseñanza, los hace verdaderamente sabios, nobles, compasivos y amorosos.

B. F. Westcott, en su libro La Biblia en la Iglesia, hizo el siguiente comentario perspicaz:

“Ninguna tentación es más sutil o fuerte que la que nos lleva a juzgar todas las cosas por un mismo patrón. En la práctica, nos inclinamos a juzgar a los demás por lo que somos, otras épocas por la nuestra, otras formas de civilización por la civilización en la que vivimos, haciendo de esto la medida verdadera y definitiva de todo. Contra este error, que es casi suficiente para oscurecer el mundo entero, la Biblia contiene la protección más segura. En ella vemos cómo Dios halla morada entre las naciones y las familias en cada etapa del progreso social, y reconoce a los fieles adoradores incluso cuando están ocultos a los ojos de los profetas. Las preocupaciones estresantes de la vida diaria, las exigencias abrumadoras de los que nos rodean, tienden a limitar nuestras simpatías, pero la Biblia nos muestra, en un registro permanente, toda la condición y todo el poder del hombre bendecido por el Espíritu Divino. Nos saca del círculo de las influencias diarias y nos presenta a los profetas, reyes, pensadores profundos y predicadores de justicia, cada uno trabajando en sus propias esferas y sin embargo movidos por el mismo poder y hacia el mismo objetivo. Se puede objetar que los devotos estudiantes de la Biblia a menudo resultaron ser los fanáticos más severos. Pero la respuesta es fácil. Eran fanáticos, porque no estudiaban toda la Biblia, sino sólo un fragmento de ella, por lo que todo el resto fue sacrificado. Enseñar una sola parte, sin tener en cuenta su posición relativa en relación con otros tiempos y otros libros bíblicos, puede conducir a la estrechez de pensamiento, pero el todo admite y ennoblece toda la excelencia del hombre”.

ASOCIACIÓN SALUDABLE CON OTROS CRISTIANOS

Es natural que los hijos de Dios quieran asociarse con otros creyentes. La base de la hermandad, sin embargo, debe ser nuestra relación personal con nuestro Padre Celestial y su Hijo. Nuestros corazones deben ser suficientemente grandes para incluir a todos aquellos que reconocen a Jesucristo como su Señor, reconocen a Dios como Aquel que lo levantó de entre los muertos y que, en palabras, actitudes y acciones, buscan ser imitadores de Dios y de Cristo. – Romanos 10:9-10; Gálatas 5:13-26, Efesios 4:17-6:10, 1 Juan 1:5-5:21.


Debido a la mentalidad tradicional que se ha perpetuado a lo largo de los siglos, muchos no son capaces de conceder plena aceptación a otra persona que no esté identificada y aprobada por la norma de sus grupos religiosos particulares. Por lo tanto, su objetivo siempre será que los demás se conviertan en miembros de su movimiento, ya sea confesional o no confesional. Lamentablemente, este espíritu sectario hace difícil que acepten como hijos de Dios a personas que no pertenecen a su movimiento religioso, restringiendo enormemente su asociación, limitando su amor y obstaculizando su crecimiento espiritual.

Son muy parecidos a muchos discípulos de Juan el Bautista. A pesar de la clara identificación que Juan hizo de Jesús como el novio, permitieron que su apego personal a Juan interfiriera con su aceptación de Cristo y sus discípulos (Marcos 2:18-22; Juan 3:25-30) Incluso después del arresto y muerte de Juan, siguieron siendo un grupo separado de los seguidores de Jesús. – Mateo 11:2-5; Hechos 19:1-7.

Cualquiera que sea la forma que tome un espíritu sectario, es dañino en sentido espiritual y todos los que buscan ser fieles discípulos de Jesucristo deben resistirse a ese espíritu. Cuando la división de los creyentes profesos en distintos grupos se manifestó entre los corintios en el primer siglo, el apóstol Pablo expuso esto como un problema espiritual, infantil y perjudicial. – 1 Corintios 1:10-13, 3:1-9, 21-23; 11:17-34.

La historia confirma lo dañino que puede ser el sectarismo. En su libro, Una Historia del Cristianismo, Paul Johnson escribe:

Los calvinistas consideraban a los luteranos como virtualmente no reformados, romanistas disfrazados con ropas piadosas. Los luteranos no admitían que el calvinismo fuera una religión “legítima”. Ellos clasificaron a los calvinistas como anabaptistas, y pensaron que su negación de la presencia real [en los emblemas del pan y el vino] era una escandalosa violación de la fe católica. Algunos luteranos, como Policarpo Leyser, encontraron que los errores de los calvinistas eran peores que los de los romanos. Los tres grupos, calvinistas, luteranos y católicos acusaron a los demás de tener una doble moral: exigir tolerancia cuando eran débiles y perseguir a los demás cuando eran fuertes. El católico George Eder escribió en 1579: “En los distritos dominados por los protestantes, los católicos nunca son tolerados, son humillados públicamente, expulsados de sus hogares y tierras, y forzados al exilio con sus esposas e hijos… Pero tan pronto como un estado del imperio católico procede de la misma manera… todo el mundo se altera, se indigna, y el príncipe católico es acusado de romper la paz de la religión“. El luterano Daniel Jaconi (1615) escribió: “Mientras los calvinistas no estaban en el poder…. eran agradables y pacientes; aceptaban la vida en común con nosotros. Pero tan pronto como se conviertan en dueños de la situación no tolerarán ni una sola sílaba de la doctrina luterana”. George Stobaeus, obispo-príncipe de Lavant, escribió al archiduque Fernando de Austria (1598): “Encomiende la administración de una ciudad o provincia sólo a los católicos; permita que sólo los católicos se sienten en las asambleas; publique un decreto exigiendo que todos profesen la fe católica por escrito, y exhortándoles, en caso de rechazo, a encontrar otro país donde puedan vivir y creer lo que quieran”.

Hasta hoy, este espíritu divisorio nunca ha cesado por completo, sea cual sea la forma particular de su expresión.

Muchas personas logran liberarse de las manifestaciones extremas del espíritu sectario, pero todavía están influenciadas negativamente por los conceptos teológicos que se desarrollaron después del primer siglo. Una orientación doctrinal condicionada puede interferir con su capacidad de desarrollar una profunda apreciación del papel de Cristo para llevarlos al Padre. (1 Pedro 3:18) Como resultado, no pueden verse a sí mismos en el arreglo familiar como hijos de Dios y hermanos de Cristo. – Gálatas 3:26-29, Hebreos 2:10-18.

El reconocimiento adecuado de quiénes somos puede ayudarnos a evitar que elevemos a cualquier individuo o grupo de individuos a una posición impropia, asignándoles el tipo de autoridad de enseñanza que pertenece exclusivamente a Jesucristo. Ningún humano tiene derecho a reclamar para sí mismo esta preeminencia, porque sólo Cristo es “el primogénito entre muchos hermanos”. (Romanos 8:29)

Individualmente, somos hermanos, escuchando las enseñanzas de nuestro hermano mayor. Mientras que algunos de nosotros podemos entender un poco mejor cierta enseñanza y podemos ser capaces de explicarla a otros creyentes llamando su atención sobre lo que él ha enseñado, seguimos siendo compañeros de aprendizaje. Cualquier relación entre los miembros de la familia de los hijos de Dios debe armonizar con las palabras de Jesús:

“Pero no permitan que a ustedes se les llame “Rabí”, porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen “padre” a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, y él está en el cielo. Ni permitan que los llamen “maestro”, porque tienen un solo Maestro, el Cristo. El más importante entre ustedes será siervo de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” — Mateo 23:8-12, NVI

Esta enseñanza del Hijo de Dios es a menudo ignorada, y mucho de lo que se denomina como “cristiano” hoy en día sería incomprensible para los apóstoles. Eso no significa que las congregaciones del primer siglo disfrutaran de una situación ideal. No fue así. Las cartas inspiradas revelan la existencia de serios problemas y que había que hacer una elección individual sobre qué tipo de asociación sería o no beneficiosa espiritualmente. – 2 Tesalonicenses 3:6-15; 2 Timoteo 2:20-22; 3:1-7; 4:1-4; 1 Juan 2:18; Apocalipsis 2:1-3:22.

Cuando se trata de asociación, muchos hoy en día se inclinan a pensar en términos de un lugar fijo o una rutina específica. Recordarán que Jesús solía ir a las sinagogas los sábados y al templo para las fiestas anuales. Pero el hecho de que Jesús hiciera esto no lo identificaba como perteneciente o partidario de una división particular del judaísmo. Estar entre los fieles en una sinagoga o en el templo no distorsionó su verdadera identidad, pero le dio la oportunidad de enseñar la verdad sobre su Padre. Sin embargo, hoy en día, la participación en un movimiento que se profesa cristiano suele implicar la adopción de una identidad denominacional. Incluso los miembros de las “iglesias no confesionales” asumen una identidad que los distingue de los miembros de cualquier denominación o grupos no confesionales. Los servicios religiosos suelen seguir una rutina fija y no dan oportunidad para que personas visitantes que no sean del grupo se dirijan a los fieles reunidos, como lo hizo el apóstol Pablo y otros en varias sinagogas judías. – Hechos 13:15-45; 14:1, 17:1-4, 10-12; 18:1-6, 19-22, 24-26.

Para Pablo, lo que contaba era poder compartir su preciosa esperanza con los fieles reunidos. Tan pronto como la oportunidad de hacer esto terminaba en cierta ciudad, dejaba de ir a la sinagoga y hacía arreglos con aquellos que querían escuchar el evangelio sobre Jesucristo. (Hechos 18:7-11; 19:8-10) Sin embargo, Pablo y otros judíos creyentes no eligieron deliberadamente ser excluidos, lo que les habría hecho más difícil compartir las Escrituras con sus compatriotas. Sabían, sin embargo, que ser discípulos del Hijo de Dios podía llevar a su expulsión de la sinagoga, pero eligieron permanecer leales a él sin importar lo que los hombres pudieran hacerles. (Mateo 10:17; 23:34, Lucas 8:22, 21:12, Juan 9:22, 12:42, 43; 16:2) Los que valoraban su relación con el Señor reaccionaban al maltrato de la misma manera que los apóstoles cuando eran azotados por orden del Sanedrín. “Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre.” – Hechos 5:40-41, NVI

Dado que tanto los movimientos confesionales como los no confesionales se identifican a menudo con las instalaciones y actividades que se desarrollan en ellos, muchos pierden de vista el hecho de que estos elementos externos pertenecen en realidad a un arreglo para la adoración que ya pasó. Jesús le reveló a una mujer samaritana que la verdadera adoración no dependería ni se limitaría a un lugar geográfico o edificio fijo:

“Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte [Gerizim, el lugar donde se encontraba un templo samaritano que había sido destruido alrededor de un siglo y medio antes] ni en Jerusalén [el lugar donde se encontraba el templo original y el que lo sustituyó]… Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.” — Juan 4:21-24, NVI

Como el Padre “es espíritu”, desea una adoración de tipo espiritual. Aunque la ley dada a Israel establecía un lugar central para el culto que implicaba ceremonias y rituales, éste debía ser temporal. A través del profeta Malaquías, y de acuerdo con el arreglo de adoración existente en ese momento, el Padre reveló que llegaría el momento en que los pueblos no judíos de un extremo de la tierra al otro extremo le rendirían culto en sus respectivas localidades de una manera aceptable para él: “Mi nombre será grande entre las naciones, desde el nacimiento hasta la puesta del sol. En todo lugar se traerá a mi nombre incienso y ofrendas puras, porque mi nombre será grande entre las naciones.” (Malaquías 1:11) Con la llegada del Mesías, la “hora” o el tiempo para este cambio ha llegado. Para un hijo de Dios, por lo tanto, la adoración no es una cuestión de buscar o ir a algún lugar, para seguir alguna rutina tradicional o un programa diseñado por una autoridad humana. La adoración “en espíritu y en verdad” no consiste en apariencias. Siendo “en verdad” esta adoración es verdadera, real, no sólo una expresión de los labios. (Compare 1 Juan 3:18.) De hecho, nuestro Padre Celestial nunca se complació con meras ceremonias -festividades, ayunos, oraciones y sacrificios- sin amor por él y sus caminos, como se manifiesta en el cuidado compasivo por los necesitados y afligidos. (Isaías 1:10-17) Para que nuestra adoración sea “en espíritu”, debe ser necesariamente en reconocimiento de quién es él y reflejar nuestra más alta consideración hacia él como nuestro Padre amoroso, a quien debemos todo lo que tenemos y somos. (Colosenses 1:12; 3:17; Apocalipsis 4:11; 5:13; 15:3, 4; 16:5-7) La autenticidad de nuestra alabanza, gratitud y súplicas a él debe ser evidente en nuestra vida diaria. – Santiago 1:22-27.

El apóstol Pablo animó a los creyentes con estas palabras: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10) No debemos cegarnos a las necesidades de nuestros semejantes. Nuestro deber es responder de manera amorosa y cuidadosa a todas las personas. Los miembros de la “familia de la fe”, sin embargo, tienen la preferencia. Como miembros de la misma familia espiritual, tenemos la obligación de ayudarnos mutuamente en tiempos de necesidad. – Mateo 25:34-40, Hechos 9:36, 39; 1 Juan 3:17, 18.

¿Dónde están los hijos de Dios, con los que tenemos una obligación primordial? ¿Dónde está esta familia espiritual? La explicación de Jesús de la parábola del trigo y la maleza proporciona la respuesta: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre, y el campo es el mundo; y la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno; y el enemigo que la sembró es el diablo, y la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.” (Mateo 13:37-39 LBLA) Así, los verdaderos hijos de Dios se encuentran en el mundo de la humanidad, creciendo como trigo genuino en medio de la maleza. Sin embargo, no son identificables sobre la base de la aplicación de unas normas humanas e incluso pueden ser erróneamente identificados como “malas hierbas” por seres humanos equivocados que presuntamente asumen el papel de cosechadores de malas hierbas. (Mateo 13:24-30) Por lo tanto, los hijos de Dios pueden asociarse con lo que comúnmente se llama la “iglesia visible”, que consiste en varios grupos denominacionales y no denominacionales que profesan ser cristianos, o pueden ser personas sin esa afiliación o asociación.

La situación en la que se encuentran los hijos de Dios hoy en día difiere poco de la del antiguo Israel. No todos eran israelitas, el pueblo de Dios, en el pleno sentido de la palabra. El profeta Elías, en una ocasión, se desanimó tanto que pensó que era el único adorador de Jehová en el reino de las diez tribus. Lo que no sabía era que había un remanente fiel en Israel de “siete mil, todas las rodillas que no se inclinaron ante Baal, y todas las bocas que no lo besaron. (1 Reyes 19:9-18) Siglos más tarde, no mucho después del regreso de un remanente del exilio babilónico, muchos no se mostraron como verdaderos adoradores de Jehová. Sin embargo, los israelitas fieles encontraron otras personas que compartían su amor por su Creador, y su asociación mutua no pasó desapercibida para nuestro Padre celestial.

El contraste entre los que simplemente profesan y los que verdaderamente adoran al Altísimo se revela en el libro de Malaquías:

“La actitud de Judá hacia mí ha sido orgullosa y arrogante. Lo digo yo, el Señor. Pero ustedes se atreven a preguntar: “¿Qué cosas malas hemos dicho contra ti?”.
» Óiganme bien; ustedes han dicho: “De nada sirve respetar a Dios y obedecerlo. ¿Qué provecho hay en seguir sus instrucciones, y en entristecernos y arrepentirnos por nuestras malas acciones? De ahora en adelante, en lo que respecta a nosotros, más bien afirmaremos que los soberbios son dichosos. Porque es evidente que los que hacen el mal son los que prosperan y los que viven sin seguir las instrucciones de Dios salen bien librados de cualquier situación”».

Entonces los que respetaban y amaban al Señor hablaron de él a sus compañeros. Y el Señor anotó en un libro de memorias los nombres de los que honran y respetan su fama. «Ellos serán para mí como el tesoro más precioso. En el día del juicio los perdonaré, así como el padre perdona al hijo que le respeta y honra. Entonces verán ustedes la diferencia entre el tratamiento que Dios proporciona a los buenos y a los malos, entre los que le respetan y viven de acuerdo a sus instrucciones y los que no lo hacen.” — Malaquías 3:13-18, NBV

Mientras que muchos acababan sus servicios de culto y miraban con envidia la prosperidad de los “irreligiosos”, los que tenían un profundo temor de Jehová hacían expresiones sinceras de lo que sentían. Al estar familiarizados con los salmos y las palabras de los profetas, sin duda hablaron de aspectos aplicables a la situación existente en ese momento, lo que resultó en una edificación mutua. (Salmos 37 y 73; Isaías 58:2-14) De manera similar, siglos más tarde la anciana viuda Ana, que tuvo el privilegio divino de ver al recién nacido Jesús, se reunió con aquellos con los que pudo compartir esta alegre noticia “y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”. – Lucas 2:36-38

Confiando en el cuidado providencial y el liderazgo de nuestro Padre Celestial, podemos estar seguros de que encontraremos otras personas en el mundo de la humanidad que quieren ser hijos ejemplares y obedientes y que estarán encantados de asociarse con nosotros. Como los cristianos del primer siglo, podemos comer en una misma mesa, leer la Palabra de Dios, hablar de las Escrituras, participar en las manifestaciones de alabanza y acción de gracias, levantar la voz en el canto, y en recuerdo de lo que Jesucristo hizo por nosotros dando su vida en sacrificio, participar en el mismo pan y la misma copa como miembros de su cuerpo. (Hechos 2:46; 1 Corintios 10:16-17; Efesios 5:19) Todos pueden contribuir expresándose espontáneamente desde el corazón, no de manera programada, lo cual es común en los arreglos creados por la autoridad humana.

El apóstol Pablo proporcionó el principio rector para hacer de cualquier reunión de creyentes una experiencia de fortalecimiento de la fe: “¿Qué hay que hacer, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación.” (1 Corintios 14:26) Entre los cristianos que se reúnen para la mutua edificación, algunos manifestarán las habilidades y la sabiduría que Dios les ha dado, y estarán dispuestos y deseosos de prestar un servicio sin pretensiones a sus compañeros creyentes. Como la familia de Estéfanas en la antigua Corinto, tuvieron “su vida puesta al servicio del pueblo de Dios”. – 1 Corintios 16:15-16, NBV; compárese con el caso de Apolo [Hechos 18:24-28, 1 Corintios 3:5, 6, 21-23; 16:12].

Así como los miembros de una familia amorosa buscan oportunidades para estar juntos, los hijos de Dios, por su propia voluntad, buscan a sus compañeros y hablan de lo que les es querido y expresan sus preocupaciones. Como los cristianos del primer siglo, valoran sus momentos juntos para la edificación mutua y por lo tanto no descuidan los encuentros con otros creyentes. Esto armoniza con la inspirada admonición:

“Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa. Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran a hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.” – Hebreos 10:23-25

Muchos creen que la asistencia regular a los servicios en un edificio específico cumple este requisito. Sin embargo, a menudo la frecuencia de esas reuniones es esencialmente un asunto de cumplir con una rutina prescrita e implica sentarse en filas como oyentes pasivos, o como participantes en discusiones de grupo controladas. La asistencia no está realmente causada por una genuina preocupación por los demás, una preocupación que genera expresiones espontáneas que “estimulan al amor y las buenas obras”. Para preocuparnos por otros creyentes y poder hacer expresiones verdaderamente motivadoras, necesitamos conocer a los demás como miembros de nuestra amada familia. El espíritu que prevalece entre los que se reúnen debe ser tal que nadie tenga miedo de expresar sentimientos profundos, e incluso dudas. (Compare cómo Jeremías se expresó abiertamente ante Jehová [Jeremías 15:15-18])

Aunque la asociación que fortalecer la fe juega un papel importante en nuestras vidas como hijos de Dios, no siempre se producen de inmediato en la vida de alguien que se convierte en discípulo de Jesucristo. El caso de un funcionario de la corte etíope ilustra esto. El relato dice:

“Un ángel del Señor le dijo a Felipe: «Ve hacia el sur por el camino desierto que va de Jerusalén a Gaza». Así lo hizo. Y por el camino se encontró con un etíope eunuco, el tesorero de Etiopía, funcionario poderoso de la reina Candace. El etíope había ido a Jerusalén a adorar en el templo. En el viaje de regreso, el funcionario iba en su carroza leyendo el libro del profeta Isaías. «Da alcance a esa carroza —le dijo el Espíritu Santo a Felipe—, y acércate a ella». Felipe obedeció presuroso y, al acercarse, escuchó lo que el funcionario iba leyendo. ― ¿Entiendes eso que lees? —le preguntó. ― ¿Cómo lo voy a entender si nadie me lo ha explicado? —contestó. Entonces invitó a Felipe a que subiera a la carroza y se sentara con él. El pasaje de las Escrituras que estaba leyendo era el siguiente: «Como oveja a la muerte lo llevaron, y como cordero mudo ante los que lo trasquilan, no abrió la boca. En su humillación, no se le hizo justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia? porque arrancaron su vida de esta tierra». ― ¿Hablaba el profeta de sí mismo o de otra persona? —le preguntó el eunuco a Felipe. Y Felipe, comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, se puso a hablarle de las buenas noticias acerca de Jesús. A un lado del camino encontraron agua. ― ¡Mira! ¡Aquí hay agua! —exclamó el funcionario—. ¿Por qué no me bautizas? ―Siempre y cuando creas de corazón, no hay nada que lo impida —le dijo Felipe. ―Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios —respondió el eunuco. Detuvieron entonces la carroza, bajaron ambos al agua y Felipe lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor se llevó a Felipe y el funcionario ya no lo vio: Pero a pesar de esto, siguió gozoso su camino.” – Hechos 8:26-39, NBV

Felipe no instó a este hombre recién bautizado a regresar a Etiopía lo antes posible para asociarse regularmente con un grupo de creyentes. Aunque este etíope no tenía todas las respuestas y posiblemente no todos los libros existentes de las Escrituras Hebreas, era un hijo de Dios, yendo en un alegre viaje a un lugar lejos de la congregación más cercana que existía, pero sin duda deseoso de compartir lo que había aprendido con otros. Probablemente algunos en Etiopía fueron receptivos a lo que tenía que enseñar, abriéndole oportunidades para asociarse con otros en la familia de Dios. Si nuestra asociación es relativamente limitada, nosotros, así como el funcionario de la corte etíope, podemos continuar por nuestro camino que lleva a la vida, contentos de haber llegado a conocer al Hijo de Dios y a su Padre a través de él. Con el tiempo, los demás reconocerán quiénes somos en función de cómo llevamos nuestras vidas y las expresiones que hagamos, y pueden surgir muchas oportunidades para una sana comunión o asociación espiritual.

Como hijos amados, podemos estar seguros del tierno cuidado de nuestro amado Padre. Su Hijo, como nuestro Pastor, nunca dejará de guiarnos, protegernos y nutrirnos como a sus amadas ovejas. Cuando el hombre cuya visión había restaurado fue expulsado de la sinagoga judía, el Hijo de Dios lo buscó y le dio ánimo. Evidentemente, en presencia del antiguo ciego, Jesús se identificó como el buen pastor que daría su vida por las ovejas. (Juan 9:1-10:21) Así como el antiguo ciego debe haber sido consolado y tranquilizado por las palabras de Jesús acerca de su preocupación por las ovejas, también nosotros podemos serlo.

Teniendo a Dios como nuestro Padre, y a Jesús como nuestro hermano, nunca seremos huérfanos abandonados. Tal vez nuestra familia espiritual visible puede parecer pequeña, casi inexistente comparada con los gigantescos movimientos religiosos que profesan ser cristianos. Sin embargo, además de los muchos compañeros en el mundo de la humanidad, también tenemos una gran cantidad de ángeles en nuestra familia. Se preocupan profundamente por cualquier daño o sufrimiento experimentado por los creyentes, que pueden parecer insignificantes a los ojos de otros humanos. Jesús dijo: “Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeñitos, porque os digo que sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 18:10, LBLA) Como parte de esta grande, maravillosa y amorosa familia, podemos desarrollarnos plenamente en un sentido espiritual.

Traducido al español por NMA.

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